Los abuelos
Convertirse en padres significa también convertir a otros padres en abuelos. Y esta cadena tiene sus particularidades: el ciclo que pasa de una generación a la siguiente no siempre funciona por sí solo, sino que reclama, de unos y de otros, algunas adaptaciones, para el bienestar de tus hijos y de tus padres.
Un poco de indulgencia, la condición del abuelo es, por definición, una condición imposible. A todos nos gustaría que se implicaran al máximo, siguiendo la tradición, siempre disponibles pero sin imposiciones... Y no es tan fácil.
Tenemos que ser un poco comprensivos. Tenemos que entender, pues, que en ocasiones puedan verse desbordados ante las novedades de la puericultura, que borran de un plumazo todas las teorías que habían aplicado con sus propios hijos. Y si nos mostramos demasiado críticos con sus métodos tal vez tengan la impresión de que cuestionamos la educación que nos dieron en su momento... Por tanto, hay que echar el freno y empezar con buena voluntad. Lo cierto es que, en lo que a educación respecta, no existen las verdades absolutas. No podemos ser inflexibles en este territorio. Al fin y al cabo, aprender a hacer pipi en la taza del váter a los 18 meses o a los tres años no es una cuestión de vida o muerte.
Hay padres que dudan en dejar a su bebé al cuidado de sus propios padres. Tal vez por un mal recuerdo (seguramente injustificado) de la educación que recibieron o tal vez porque inconscientemente les reclaman que sean más dulces, más pacientes o más atentos con el bebé de lo que fueron con ellos. Sin embargo, su reciente condición supone para los abuelos una nueva oportunidad de hacer de padres. Precisamente por esto debemos concederles el beneficio de la duda. “A menudo son conscientes de los errores cometidos cuando hicieron de padres y, por tanto, no caerán en el fallo de repetirlos”, escribe el psicoanalista Marcel Ruffo.
¿A ellos les toca la mejor parte? ¡Pues mejor para todos!
¡Voy a ser abuelo! Esta expresión es una de las más esperadas entre la gente mayor. Y es que los lazos que se crean entre abuelos y nietos son muy especiales y siempre es positivo que se establezcan sin tu presencia. En contraste con la escasez de tiempo de los padres, los abuelos ofrecen otro ritmo y otra forma de afrontar las cosas. Ofrecen precisamente lo que nosotros no tenemos: tiempo. Tiempo para escuchar, para compartir, para transmitir. A veces tendrás la sensación de que se quedan con la mejor parte: Lucía, por ejemplo, se muestra tranquila con ellos y les ahorra las “sorpresas” que se guarda para vosotros. A fin de cuentas, los abuelos no son los padres, y su misión no es educar al niño, sino ofrecerle unos momentos diferentes de su cotidianidad. En casa de los abuelitos, tu hijo puede hacer cosas que en tu casa tiene prohibidas. Y está bien que sea así. Los vínculos son más lúdicos, y los desafíos a la autoridad y las reacciones nerviosas se suavizan, quizás como una especie de válvula de escape de las tensiones diarias.
“Los abuelos tienen que escuchar al niño, algo para lo que los padres no siempre tienen tiempo. En estas confidencias, siempre y cuando no censuren ni juzguen sus palabras, pueden ayudar al niño en su adaptación social”, cuenta Françoise Dolto.
Los abuelos transmiten lecciones de vida, una mirada diferente del mundo, una tradición familiar. Su experiencia es diferente y, por tanto, enriquece a los pequeños. En África, cuando un abuelo o una abuela fallece, se dice que desaparece toda una biblioteca.
En muchas etnias africanas, las relaciones entre abuelos y nietos no se rigen por las relaciones de autoridad establecidas entre padres e hijos. De un modo igualitario y lúdico, se construyen en torno a la diversión. Las dos generaciones incluso se deleitan con juegos en los que salen a la luz, de una forma desdramatizada, aspectos relacionados con la sexualidad y la educación sexual. En los mandeka, de Senegal, el pequeño ve a su abuela como una esposa, a la que intenta cortejar ante la mirada de su abuelo, burlándose del estado físico de su “rival”, que responde burlándose a su vez del estado físico de su nieto, es decir, de su inmadurez.
Una buena noticia: papá y mamá también fueron niños
Si los abuelos ocupan un lugar tan importante en el universo mental de los más pequeños es también porque son los testigos de la infancia de sus padres. Uno de los grandes placeres de los pequeños cuando están en casa de los abuelitos es zambullirse en los álbumes de fotos familiares. ¡Y no es extraño! Sus propios padres también fueron niños. ¡Menudo descubrimiento! Contándoles cosas sobre cómo eran sus padres de pequeños, los abuelos aportan a los niños una imagen global y fuera de toda idealización de su madre o de su padre.
Además, según explica Françoise Dolto, “es bueno que el niño entienda que sus abuelos no piensan igual que sus padres, ya que entonces se sentirá autorizado a no pensar como sus padres, y este punto marca una etapa muy importante en su desarrollo”. No obstante, el niño no debe tener la sensación de que sus abuelos juzgan, desautorizan o censuran a sus padres. Simplemente debe ver que no hay un pensamiento único, el de sus padres, y que la coexistencia de diferentes puntos de vista es posible.
¿Y los abuelos que no quieren serlo?
Los abuelos ocupan un lugar muy importante en el universo mental de los pequeños... Todo esto está muy bien, pero no todos los abuelos están hechos con el mismo molde. Los hay que tienen muchos problemas para ponerse en la piel del abuelito. Evidentemente, implica envejecer de la noche a la mañana. Ante esta reacción, tu respuesta es la ofuscación: lo consideras egoísta y no puedes perdonar que tu madre nunca vaya a recoger a Marta a la guardería porque le coincide que el gimnasio... O que tu padre confunda siempre el nombre de tu pequeño con el del hijo de tu hermana... Sientes envidia de esos abuelos modélicos, la abuelita con sus tartas y mermeladas y el abuelo con la caña de pescar, como en los anuncios de pescados congelados. Qué se le va a hacer... Tus padres siempre serán tus padres, con sus insoportables defectos y sus innegables virtudes... Hay que dejarse de rencores y saber apreciar los momentos que pasáis juntos. Tal vez así abuelos y nietos tendrán más tiempo para conocerse y apreciarse. Al fin y al cabo, ser abuelo no es una obligación, sino que implica superar una barrera psicológica: retroceder una generación supone un golpe para todos. En resumen: ¡sé paciente con tus padres!
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