El balbuceo
Desde las voces percibidas en el útero hasta las primeras palabras para designar su mundo, nuestros bebés realizan grandes progresos lingüísticos. Percepción, comprensión y pronunciación, un recorrido que nosotros rehacemos con ellos. De la mano de la psicolingüista Bénédicte de Boysson-Bardies (Comment la parole vient aux enfants, Ed. Odile Jacob - "Cómo nace la palabra en los niños"), te presentamos un pequeño estudio que se inicia en los orígenes de la palabra.
Niños con grandes dotes
Esperamos con impaciencia que nuestros hijos pronuncien sus primeras palabras. Nos quedamos encandilados ante los primeros "dió" (adiós), "ame" (dame), "palón" (pantalón), "iente" (caliente), etc. Estamos tan encantados y nos parece tan natural que no nos damos cuenta de la proeza de nuestros bebés, de la sofisticación y la complejidad de los mecanismos que están implementando para adquirir el habla.
Si nos paramos a pensar en ello, nos parecerá sorprendente que nuestros hijos sepan construir frases y manejar un vocabulario oído antes de poder atarse los zapatos siquiera.
Imagina que llegas a un país cuyo idioma desconoces. Ves un caballo que galopa y alguien te dice: "¡Voristarva!". ¿Cómo sabes si eso significa "mira, un caballo", "está galopando", "qué rápido", "se ha escapado" o "es el caballo de mi primo", por ejemplo? Pues es prácticamente lo mismo que les sucede a nuestros bebés cuando nos oyen hablar. Por suerte, ellos poseen grandes dotes –mucho mayores que las nuestras– para los idiomas.
El "don de la palabra" siempre ha fascinado al hombre
El hombre siempre ha intuido que la palabra era una especie de prodigio. De hecho, en la mayoría de civilizaciones, se considera un don divino. A lo largo de la historia, dos personajes se preguntaron qué idioma "original" hablaría espontáneamente el hombre si no creciera con un idioma dado. El faraón Psamético I y el rey Federico de Prusia, con varios miles de años de diferencia, mandaron criar niños en un ambiente aislado, donde nadie les hablara. Los bebés egipcios hablaron en frigio, el idioma del pastor que se ocupaba de ellos y que no pudo evitar no hablarles. Por su parte, los bebés prusianos acabaron muriendo por la falta de contacto con la gente. También es común preguntarse si existe un límite de edad para aprender a hablar. Los diferentes casos de niños salvajes conocidos en la historia no permiten realmente obtener una respuesta: se desconoce si no llegaron a aprender a hablar porque era demasiado tarde desde el punto de vista de sus capacidades cognitivas o porque las trágicas condiciones de su infancia les habían dejado profundas secuelas.
Desde el útero, los bebés son todo oídos
El bebé se encuentra en un entorno lingüístico antes de nacer. Oye muchas voces, en especial la de su madre, que le llega desde el interior y a través de la pared del vientre, como el resto de voces. Ya entonces, la palabra no le es indiferente al resto de sonidos, sino que tiene una percepción inteligente de la misma. Varios experimentos, publicados en 1987 y dirigidos por J.P. Lecanuet, Director de Investigación del CNRS (Centro de Investigación Científica francés) y especialista mundial en el desarrollo sensorial y cognitivo del feto, demostraron que los fetos (entre la semana 33 y 37 de gestación) distinguen ya secuencias de habla particulares: si las mujeres embarazadas leen varias veces al día el mismo poema en voz alta, un cambio de poema al cabo de cuatro semanas provoca en el feto una reacción de sorpresa que se aprecia en su ritmo cardiaco. Cuando el bebé nace, no sólo está familiarizado con la voz de la madre (que distingue de otras voces de mujer a las 12 horas de vida), sino también con su lengua materna.
El camino hacia el idioma se inicia, pues, antes del nacimiento, mediante la percepción y la diferenciación de los sonidos de la lengua. La primera tarea del bebé, antes de poder reproducir él mismo los sonidos, es escuchar con una sensibilidad extrema las sutiles variaciones de la palabra. De esta manera, un bebé de 5 meses reconoce la vocal "a", independientemente de que la pronuncie un catalán, un andaluz o un gallego o de que el tono sea ascendente, descendente, agudo o grave... El bebé no se conforma con escuchar, sino que nos mira con atención y sigue con los ojos los movimientos de de la boca de la persona que le habla. Con apenas unos días de edad, ya imita estos movimientos con su boca: AAA... OOO... El "entrenamiento", todavía mudo, ya ha comenzado.
Intercambio de balbuceos
Los bebés nacen gritando, pero luego se quedan callados durante un tiempo, antes de reproducir sonidos, a excepción de cuando lloran, claro está. Al principio, el obstáculo es fisiológico: su conducto vocal, todavía muy diferente al nuestro, no es apto para la palabra (su configuración se asemeja a la de los primates). Sin embargo, las cosas cambian muy rápido y los progresos lingüísticos del bebé son fascinantes: entre los 2 y los 6 meses, el conducto vocal se transforma. Los bebés empiezan a vocalizar cuando estan acostados, sin dominar su fonación: ajo, ajo. Los especialistas han distinguido un momento particular en la comunicación oral entre el adulto y el niño que denominan como "turn-taking" (en español, "por turnos"): hacia los 3 meses, se establece una especie de conversación entre el adulto y el bebé que consiste en un intercambio de vocalizaciones. El bebé responde imitando los sonidos del adulto, y viceversa. ¿Te suena de algo? Este intercambio tan espectacular no dura más de tres semanas, momento en el que el bebé pasa a otra cosa...
A partir de los 4 o 5 meses, los sonidos se vuelven voluntarios y los bebés se lanzan en una serie de juegos vocales que imitan al mismo tiempo los sonidos (brrrrrrrr, prrrrrrr, mmm), la prosodia (modulan graves y agudos), el volumen (susurros y gritos), etc. Estos juegos nos divierten mucho y a menudo los imitamos: "¡hoy ha hecho RRRRRRR!". !". Jugando, tu bebé entrena sus instrumentos vocales que un día le permitirán hablar y que no dominará a la perfección hasta los 5-6 años.
El aprendizaje del idioma va más allá de límite de la palabra. A partir de los 8 meses, los bebés sordos que crecen en una familia donde se habla el idioma de los signos balbucean con las manos. Hasta los 5 o 6 meses, producen los mismos sonidos que los bebés que oyen. A partir de entonces, en lugar de balbucear intentando reproducir los sonidos, los bebés sordos "balbucean" intentando reproducir con las manos, como si fuera un juego, los signos del idioma mudo que intercambian los adultos.
De esta manera, el bebé, incluso antes de llegar al mundo, se desarrolla gracias a una intensa comunicación con su entorno. Aunque se prepara para hablar, el lenguaje no se limita únicamente a la comunicación oral; por ello, los intercambios entre vosotros son tan importantes. Es sorprendente ver hasta qué punto los gestos y las miradas de tu bebé te hablan y cómo sabe interpretar tus estados de ánimo.
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